Guta: de campos verdes a montañas de escombros

30 octubre 2018
Guta: de campos verdes a montañas de escombros
Guta oriental: un lugar donde, alguna vez, hubo una casa. CC BY-NC-ND / CICR / Anastasia Isyuk

Guta significa "campos" en árabe. Era una región agrícola que proveía alimentos y muebles a Damasco y a otras partes de Siria.

Ahora, Guta es un lugar sembrado de escombros, hormigón y metal retorcido. El contraste es violento: solamente diez minutos de viaje en automóvil separan a los cafés y la bulliciosa vida de Damasco de la muerte y la destrucción de Guta.

Es imposible describir la escala de la destrucción; hay que verla. Viajé hasta allá con Dominik Stillhart, director de Actividades Operacionales del CICR. Dijo que, en sus 27 años de trabajo con la institución, nunca había visto nada igual.

Yo presencié este grado de destrucción una sola vez en mi vida, en Chechenia, pero hace muchos años.

Grozny 1995

Un niño en su triciclo, en Chechenia (Rusia). 1995. CC BY-NC-ND / CICR / Charles L. Page

Es muy difícil imaginarse cuánto tiempo llevará despejar los escombros, que probablemente sumen cientos de miles de toneladas. Además, en medio de esos escombros, uno puede encontrarse con toda clase de artefactos explosivos sin estallar. Todos los días, en todo el país, niños y adultos quedan mutilados o mueren por esta causa.

"Más que agua y alimentos, necesitamos operaciones de desminado", dijo un residente.

Nos contaron la historia, sucedida algunos días atrás, de una familia entera que murió por la explosión de municiones sin estallar mientras trabajaban en el campo.

Un voluntario de la filial local de la Media Luna Roja Árabe Siria me mostró lo que queda de la escuela. En una de sus esquinas, quedó encajado un cohete.

Cuando entramos en Harasta, todo era silencio. Ya no es más que una sombra de lo que fue; es un lugar devastado y vacío. No hay un solo edificio que haya quedado indemne.

"El año pasado no salíamos de los sótanos. Ahora vivimos en la planta baja, pero... no tenemos techo. ¿Cómo haremos para pasar el invierno?"
Una nube de ansiedad pesa en el aire. ¿Qué traerá el futuro? ¿Podrán mis hijos ir a la escuela? ¿Cómo podré reconstruir mi casa? ¿Qué comeré mañana?

"Regresé a Harasta porque ya no podía vivir en el lugar al que habíamos huido", dijo una mujer que conocimos. "Mi casa está destruida. Alquilo un pequeño apartamento aquí y mi hermano me envía dinero desde Irak. No sé cómo haremos para llegar a fin de mes. Tampoco sé cómo vamos a sobrevivir al invierno".

Llama la atención y es muy triste ver las señales de una vida que dejó de existir: una foto, unas cintas viejas, un zapato. Son todos fragmentos de historias que nunca escucharemos, ya que no sabemos qué pasó y jamás lo sabremos.

Al mismo tiempo, se puede ver cómo las personas vuelven a la vida poco a poco. Hay algunas tiendas, una farmacia, un olivar y algunos prados verdes más atrás. Estas escenas transmiten una sensación de serenidad un tanto surrealista, cuando se las compara con la devastación que las rodea.

También están presentes todas las cosas que no vemos: la vida tras las puertas cerradas.

Los pensamientos y los sueños de un niño que trabaja limpiando mesas, ya que no hay ninguna escuela a la que pueda asistir; los temores de las mujeres embarazadas que deben someterse a una cesárea electiva y que necesitan asegurarse de llegar al hospital cuando todo esté tranquilo; y las noches insomnes de las madres de recién nacidos que llegaron al mundo con muy poco peso y que tienen que luchar tanto más que los bebés en los hospitales europeos.

Es difícil imaginar los niveles de ansiedad y de estrés que estas personas experimentan cotidianamente.

¿Cómo pueden mirar hacia el futuro, si lo único en que pueden pensar es cómo sobrevivir a este presente?

Por Anastasia Isyuk, jefa adjunta de Relaciones Públicas y vocera.